onforme pasa el tiempo, seguimos observando que hay un foco significativo del consumidor mexicano e internacional hacia la contención (en gran medida de sus gastos e inversiones en casa), así como un incremento en su pensar sobre la realidad de una pérdida de poder adquisitivo por el simple paso del tiempo.
La inflación que recientemente hemos estado experimentando tiene un efecto inmediato en el nivel de vida de las personas. Actualmente se interpreta que la inflación se asemeja a un impuesto que impacta de forma significativa a los consumidores; que mantener recursos líquidos en instituciones financieras, y no revisarlos de manera recurrente, puede representar una pérdida de valor.
Los efectos inflacionarios sobre la adquisición de productos de uso diario, en muchas ocasiones logran que dichos artículos se consideren un lujo para una parte de la población de nuestro país, afectando a los sectores más pobres de México y, por ende, el consumo cambia y camina hacia los estratos sociales de la parte superior de la pirámide.
En el lado opuesto de la moneda, me parece que los principales actores de la economía que representan las marcas relevantes de bienes, poco o casi poco han hecho para entender estos efectos inflacionarios en sus consumidores. Algunos ajustes han sido magros, pues se han visto cambios hacia una reducción en el tamaño del empaque (o su producto final), buscando una retención del precio original. Esta estrategia en tiempos inflacionarios pudiera rendir frutos en el corto plazo, aunque es muy claro que no ataca los problemas medulares de un aumento generalizado de precios.
Los consumidores observamos inmediatamente que el bien del que se trate tiene menos rendimiento (producto, etc.), se nota desde la caja o empaque y dura menos en el tiempo. Estos ajustes por parte de los productores de bienes sólo resuelven una “percepción” y es lo que se eroga al momento del pago en el supermercado.
Sin embargo, hemos experimentado un cambio en las estrategias de mercado de lo que se conoce como “marcas libres”, las cuales han incrementado el precio durante las épocas de estabilidad y hoy regresan en una posición de fortaleza respecto del resto de productos.
Las marcas propias y genéricos deberían ser de gran interés para los puntos de venta. Según el Harvard Business Review, el promedio de participación de las marcas propias de 1976 a 1996 fue del 14% y durante la recesión de los años 80 llegó al 17 por ciento.
De 2020 a 2025 se puede experimentar una recesión y crisis económica mundial mucho mayor a la de los años 80. Como dato, en 2021 la participación de marcas propias llegó al 17.3 %, según la consultora IRI. El crecimiento de marcas propias podría ser un precursor del aumento en el consumo de productos a granel.
Esto va a implicar un cambio estructural en los patrones de compra; pone en riesgo la idea de cafeterías de marca como Starbucks y apunta al regreso potencial del café genérico; en gran medida, también este cambio de paradigma promueve el crecimiento de marcas alternativas o propias. Este fenómeno continuará un movimiento ascendente y va a acabar en puntos de venta propios.
La confianza que las marcas les requieren a sus consumidores está en riesgo y puede perderse por razones de precio; el aumento de precios también tiene grandes efectos en los segmentos socioeconómicos.
Tiendas de autoservicio han experimentado una renovación significativa en su estrategia de marcas propias. Las marcas propias son parte del ecosistema de consumo y, aunque en ocasiones no son más baratas, sí son consideradas una alternativa de cambio por el consumidor que está experimentando la búsqueda de ahorros. Es momento de poner más atención a los nuevos competidores.
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