i se revisa el tema de la ética pública, quizás se encontrará que éste corresponde con alguna de las tres particularidades que en el pasado señalaron los filósofos griegos cuando comentaban las características que debía tener un individuo que aspirara a ocupar un cargo público y que eran éstas: la lealtad hacia la constitución establecida, la capacidad para desempeñarse en ese puesto y la virtud y justicia.
La ética pública se fundamenta en la ética básica, abordada en obras clásicas como Ética nicomáquea, Ética eudemia y Magna Moralia (Aristóteles), Tratados o Moralia (Plutarco), Manual y máximas (Epicteto), Tratados morales (Séneca), Sobre los deberes (Cicerón), Meditaciones (Marco Aurelio) o Los cuatro libros (Confucio). Los autores contemporáneos no se quedan atrás en este aspecto, pues el tópico fue estudiado por Max Weber, Hans Kung, Aladis MacIntyre, Amitai Etzioni, Amartya Sen, Zygmunt Bauman, Gerald Caiden, Adela Cortina y Victoria Camps, quienes a su vez retomaron ideas de los filósofos antiguos.
Muchas de estas obras coinciden en que la ética se debe vincular a la vida política, pues ambas son cruciales para el desarrollo de las sociedades. La época actual no está exenta de esto, pues es necesario que los gobiernos atiendan a problemas cotidianos como la inseguridad o la impunidad y que dicha atención se exprese satisfaciendo las demandas de los ciudadanos por medio de administraciones públicas.
No obstante, estas exigencias no siempre se cumplen de forma óptima, ya sea porque se trata de países con economías pobres que no poseen los recursos para hacerlo o de países cuya transparencia y valores morales dejan mucho que desear, aun si cuentan con elementos para responder positivamente.
Lo anterior ha provocado que muchos países se vean rebasados, lo que genera un desánimo en la participación ciudadana para construir soluciones sólidas a partir de políticas públicas eficientes y eficaces que combatan la corrupción y la impunidad. Por esto, la ética pública es necesaria para que las instituciones puedan resolver las inquietudes y aspiraciones de una sociedad cambiante que ahora está más informada gracias al Internet y las redes sociales; asimismo, las mejoras operativas de los organismos en cuestión deben estar apoyadas con recursos, técnicas e innovaciones, así como con personal profesionalizado e imbuido de principios y valores que den paso a una transformación basada en la responsabilidad.
La ética pública debe cimentarse en la mística de servicio, esto es, los servidores públicos deben orientar sus actividades a satisfacer a la población partiendo de una visión plural de sus intereses. Además, la ética pública funciona como un mecanismo práctico de control para evitar arbitrariedades y antivalores por parte de funcionarios y servidores, lo cual es primordial para que las instituciones se ganen la confianza de la gente.
Todo funcionario público necesita ser consciente de que se debe a las personas, pues fue elegido por éstas y son ellas quienes pagan su sueldo; por tanto, está obligado a transmitir a su equipo la responsabilidad de dirigir con probidad y honestidad los asuntos públicos y resolverlos. Está para servir a la comunidad, no para servirse de ella.
Desafortunadamente, a los servidores públicos se les asocia con la palabra “burocracia”, la cual posee un sentido peyorativo porque existen funcionarios que no dan un buen ejemplo. No obstante, la mayoría sí ponen en práctica la mística de servicio anteriormente mencionada.
Las conductas amorales siempre han existido y lo seguirán haciendo en todo sistema político, pero reconocerlo no impide reflexionar y plantear un conjunto de medidas que obstaculicen su avance; la ética pública contribuye a prevenir la corrupción, pero no se limita a eso, puesto que su principal objetivo radica en contar con gobiernos que afronten los grandes retos de este milenio, como lo son combatir la injusticia, disminuir la pobreza y brindar confianza y satisfacción a los ciudadanos.
Por ello, se recomienda el estudio de la ética pública no sólo como parte de una filosofía, sino como una directriz que hay que asumir en la conducta social y, sobre todo, en la de los políticos y servidores públicos. Estudiarla permitiría hacer una reflexión profunda sobre un tema que aún tiene mucho por explorar.
Aristóteles decía que hay tres modelos de conducta principales: 1) la felicidad o placer; 2) el deber, la virtud o la obligación; y 3) la perfección. Las tres conducen al más completo desarrollo de las potencialidades humanas.
ConclusionesLos grandes pensadores sugieren a la ética como una ciencia normativa que debe ser aplicada por la colectividad en todos los ámbitos de la vida para un equilibrio de la conducta. Por todas esas razones, se deben diseñar programas de ética gubernamental de forma estratégica que permitan establecer los códigos de conducta requeridos a partir de la selección y contratación de personal profesionalizado, estableciendo mecanismos eficientes para incentivar el desempeño, sistemas transparentes, estrategias de comunicación, asistencia para informantes, control y cumplimiento a partir de la rendición de cuentas y auditorías con orientación a resultados.
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