Cuatro décadas después, la narrativa de Gibson ya no parece ficción lejana. Hoy en día, hablamos de agentes tecnológicos autónomos, programas que no sólo ejecutan órdenes, sino que pueden fijarse metas, coordinar recursos y tomar decisiones en entornos complejos; asimismo, surgen nuevas arquitecturas de IA que buscan superar el simple escalado de modelos masivos, acercándose a diseños inspirados en el cerebro humano.
En las siguientes líneas se analizan dichas transformaciones a la luz de la obra de Gibson; entre la ficción y la realidad, entre los sueños de un hacker y los retos de un CFO, entre la literatura especulativa y la inminente revolución económica.
Este concepto se refiere a sistemas de software capaces de actuar en un entorno, percibir cambios, tomar decisiones y ejecutar acciones encaminadas al logro de un objetivo, sin necesidad de supervisión constante por parte de un humano.
La noción de agente no es nueva. En la literatura de ciencias de la computación ya se hablaba desde los años 90 de rational agents, es decir, entidades que perciben su entorno mediante sensores (en el caso del software, datos digitales) y actúan sobre él mediante actuadores (comandos, solicitudes a bases de datos o interacción con otras aplicaciones). Lo novedoso es la autonomía creciente que estos sistemas adquieren gracias a modelos de lenguaje generativo, arquitecturas multiagente y marcos de planificación de tareas.
A diferencia de un bot tradicional (que sigue un guion rígido), los agentes autónomos pueden:
En otras palabras, mientras un bot es un empleado con instrucciones fijas, un agente autónomo es un colaborador digital con iniciativa limitada, pero real, capaz de sorprender a su creador.
Pasamos de bots que ejecutan instrucciones fijas a colaboradores digitales que pueden definir subtareas, aprender de la experiencia y coordinarse entre sí.
Estos agentes de IA suelen estar compuestos por cuatro módulos principales:
A continuación, un ejemplo práctico en una firma contable:
Este flujo muestra cómo los agentes autónomos pueden convertirse en asistentes especializados que reducen la carga de trabajo rutinario, liberando tiempo para que los profesionales se concentren en el análisis estratégico.
Durante la última década, los mayores avances en IA han estado ligados a un principio sencillo; más datos y más parámetros es igual a más poder de cómputo. Modelos de lenguaje masivos, con cientos de miles de millones de parámetros, han demostrado habilidades impresionantes para procesar texto, imágenes y audio; sin embargo, este modelo de crecimiento enfrenta tres límites estructurales:
La estrategia de “escalar sin fin” recuerda a una empresa que busca incrementar su productividad sólo aumentando el número de empleados y sin repensar su organización interna; el rendimiento marginal se reduce con cada incremento.
Frente a estas limitaciones, la investigación se orienta hacia arquitecturas alternativas, inspiradas en la eficiencia del sistema nervioso humano. El cerebro, con apenas 20 vatios de consumo energético, realiza tareas de percepción, lenguaje y coordinación motriz que superan a cualquier supercomputadora. Sus principios ofrecen pistas valiosas:
En términos empresariales, sería como pasar de un esquema rígido de jerarquías a una organización más ágil y descentralizada, donde cada unidad aprende y reacciona con autonomía.
Un agente autónomo de IA es un software capaz de actuar en un entorno, percibir cambios, tomar decisiones y ejecutar acciones, sin necesidad de supervisión humana.
Ahora bien, varios proyectos recientes exploran caminos más allá del escalado:
Los agentes autónomos representan un cambio de paradigma en la práctica empresarial. Pasamos de bots que ejecutan instrucciones fijas a colaboradores digitales que pueden definir subtareas, aprender de la experiencia y coordinarse entre sí.
El impacto es profundo: eficiencia en procesos rutinarios, liberación de tiempo para labores estratégicas, pero también riesgos legales, éticos y sociales. El profesional de la contaduría ya no puede limitarse a revisar balances; debe supervisar algoritmos, validar las decisiones de la IA y garantizar que las recomendaciones de un agente no entren en conflicto con la regulación financiera o fiscal.
En Neuromante, la unión de Wintermute y Neuromancer dio origen a una entidad más allá de lo humano. En nuestro tiempo, la unión de agentes autónomos y nuevas arquitecturas de IA dará origen a un nuevo orden económico; la diferencia es que nosotros aún estamos a tiempo para decidir qué reglas regirán ese orden.
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