De manera similar, en la actualidad, la concentración de las infraestructuras críticas de datos en manos de pocas empresas plantea riesgos sistémicos, desde vulnerabilidades cibernéticas hasta conflictos por la asignación de recursos naturales. En las siguientes líneas exploraremos el papel de las infraestructuras de datos como motor de desarrollo económico, los costos ocultos en términos de energía, agua y emisiones, así como las posibles rutas hacia un equilibrio sostenible.
En la última década, la infraestructura digital se ha consolidado como un pilar central de la economía global. La aceleración de la Inteligencia Artificial (IA) generativa ha multiplicado la demanda de capacidad de cómputo y almacenamiento; dicha demanda se traduce en una expansión sin precedentes de centros de datos (data centers) en distintas geografías, con inversiones que superan los miles de millones de dólares.
La noticia de que Amazon, Microsoft y Google están levantando grandes centros de datos en regiones vulnerables de México (Querétaro), Chile y España no es un hecho aislado. Esto responde a una tendencia global, la cual es ubicar estos activos estratégicos en lugares con bajo costo de suelo, acceso a energía relativamente barata, marcos regulatorios favorables y, en muchos casos, incentivos fiscales. El problema es que estas ubicaciones suelen coincidir con zonas con escasez de agua o ecosistemas frágiles.
El punto de fricción es evidente, pues la operación de estos centros requiere grandes volúmenes de energía y agua, lo que puede agravar crisis ambientales preexistentes y generar tensiones sociales y políticas.
Un centro de datos a hiperescala (como los que construyen Amazon Web Services, Microsoft Azure o Google Cloud) puede requerir entre 500 y 2,000 millones de dólares de inversión inicial. Este gasto se distribuye en infraestructura física, equipos tecnológicos, energía y mano de obra.
En términos macroeconómicos, un proyecto de este tipo puede representar un porcentaje significativo de la Inversión Extranjera Directa (IED) en una región; por ejemplo, la instalación de tres centros de datos en 2023 en Querétaro supuso cerca del 12% de la IED anual del estado.
Los beneficios económicos incluyen:
La Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) estima que un centro de datos a hiperescala típico (como los referidos) requiere de forma continua entre 30 y 50 megavatios (MW) de potencia eléctrica. Esto significa que una sola instalación puede consumir la misma energía que una ciudad de 50,000 a 80,000 hogares durante las 24 horas del día, los 365 días del año.
Este patrón de consumo no es estacional ni sujeto a picos horarios como ocurre en otros sectores industriales; es una demanda constante y sostenida, lo que incrementa su impacto en la capacidad instalada de las redes eléctricas y en la planificación de la oferta energética a largo plazo. El consumo plantea varios retos como la competencia por la capacidad de la red eléctrica, el impacto en las tarifas para los usuarios y la dependencia de combustibles fósiles.
El funcionamiento de un centro de datos de gran escala depende no sólo de energía eléctrica, sino también de un insumo (muchas veces subestimado): el agua. Este recurso es fundamental para mantener las temperaturas operativas de los servidores dentro de rangos seguros, evitando sobrecalentamientos que puedan provocar fallas o interrupciones del servicio.
El método de enfriamiento más extendido a nivel global es el enfriamiento evaporativo, el cual utiliza agua para absorber el calor y disiparlo mediante evaporación; aunque es más eficiente energéticamente que el enfriamiento por aire, su costo hídrico es considerable. Dependiendo del diseño y la eficiencia de la instalación, un único centro de datos puede consumir entre cuatro y ocho millones de litros diarios (entre 4,000 y 8,000 m³), lo que equivale al consumo diario de una ciudad de 30,000 a 50,000 personas.
Particularmente, en Querétaro la disponibilidad media anual de agua por habitante es inferior a 1,000 m³, situándose por debajo del umbral de estrés hídrico definido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esta región, la extracción excesiva de acuíferos ya provoca hundimientos y salinización de mantos freáticos, problemas que pueden agravarse con el incremento de la demanda por parte de nuevos centros de datos.
Sin duda, el agua se perfila como uno de los principales cuellos de botella para la expansión global de la infraestructura de datos; asimismo, su disponibilidad, costo y regulación serán variables críticas en cualquier análisis de viabilidad económica a mediano y largo plazo.
Para un inversionista, evaluar proyectos vinculados a la construcción y operación de centros de datos implica navegar entre dos fuerzas en tensión: el atractivo económico de un sector en expansión acelerada y los riesgos ambientales, regulatorios y reputacionales que pueden comprometer el retorno de dicha inversión.
El dilema no es meramente ético, es financiero y estratégico; se resuelve o al menos se gestiona adoptando un enfoque de inversión responsable que combine el atractivo económico del sector con un compromiso medible de sostenibilidad; esto implica:
En términos financieros, la sostenibilidad ya no es un costo adicional, sino una palanca para garantizar la viabilidad a largo plazo de la inversión.
La expansión de centros de datos en regiones con escasez de agua y limitaciones energéticas plantea un dilema que va más allá de la economía digital. La oportunidad de atraer inversión, empleo y posicionamiento estratégico es innegable; sin embargo, los costos ocultos en consumo de recursos, huella de carbono y monopolios de recursos naturales pueden convertir una ventaja inicial en un lastre a largo plazo.
La moraleja es clara: si no aprendemos a gestionar de manera sostenible los recursos naturales que alimentan nuestro futuro digital, corremos el riesgo de construir un imperio tecnológico sobre arenas movedizas. Y como en Dune, cuando el recurso se agote o se torne insostenible, no habrá infraestructura (por poderosa que sea) capaz de recuperarlo.
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