Cinco minutos de gobierno corporativo
19 de mayo de 2025
Ya sea que se corrompa o se saque a flote la verdadera esencia de una persona, el poder tiene un efecto contundente en quien lo conoce por primera vez, y es difícil escapar de él por razones legítimas; de pronto, todos a su alrededor asienten a lo que pide, es más sencillo conseguir ciertas metas y los privilegios son demasiado tentadores.
Sin embargo, dejarse llevar por el poder tiene muchos aspectos negativos, pues no siempre se identifican de inmediato, al menos no por quien está en esa posición. Lo más seguro es que, para cuando se dé cuenta, sea demasiado tarde y se haya arruinado su reputación como líder, poniendo en riesgo su carrera profesional, la salud de la empresa que dirige y hasta la influencia que tiene en los equipos a su cargo. Quien antes era una inspiración para hacer el mejor esfuerzo en la organización, se convierte en la razón para abandonarla en búsqueda de un sitio más sano.
Por eso, quiero hablar de la importancia de recordar que, mientras el poder suele corromper, existe un antídoto para evitarlo; no obstante, hay que esforzarse para que realmente funcione y pronto se convierta en un hábito para nutrir los puestos de liderazgo a fin de que también sea parte de cualquier perfil del talento dentro de la empresa; al fin y al cabo, a nadie le gusta que alguien sea prepotente, con poca ética y con un ego que se interpone a los intereses de los demás.
Antes de lo referido, es importante analizar por qué cuando se llega a un puesto de liderazgo existe la posibilidad de convertirse en todo lo que alguna vez se intentó destruir (o evitar).
Ponerse en el lugar de otras personas ayuda a comprender cómo la contribución de un elemento, equipo o área impacta al resto de la organización.
¿Por qué el poder corrompe?
- Afecta la actividad neuronal de las personas: según un estudio de 2014 titulado El poder cambia la forma en que el cerebro responde a los demás, tener una posición de poder daña la función que permite entender y asociarse con otras personas. Otro análisis, citado por la Harvard Business Review, menciona que el médico y parlamentario británico David Owen llama a este fenómeno “el síndrome de la arrogancia”, que se define como el desorden de la posesión del poder; particularmente, que se asocia con un éxito abrumador durante un periodo de años.
- Es fácil acostumbrarse a que todos digan que sí: la gente en posiciones de liderazgo se rodeará (aunque no lo planeen de esa manera) de personas que sólo desean ganarse sus favores y, por eso, aceptará sus peticiones o ideas. ¿Quién puede resistirse, después de una etapa de esforzarse más para conseguir ciertos objetivos, a que las cosas se hagan más sencillas?
- Se pierde el foco de lo importante para cumplir con los objetivos de la dirección: ya no hay tanto tiempo para pensar en los ideales que fueron el impulso de quien quería llegar arriba y lograr una gran diferencia. Ahora hay que preocuparse por los inversionistas, las metas de ganancias, el crecimiento continuo, entre otras responsabilidades que tienen otro tipo de presiones, mucho más apremiantes y atadas al puesto de CEO.
Pero si es verdad que no siempre es fácil reconocer que el poder nos cambia para mal, ¿cuáles son las señales de que está ocurriendo?
Señales de que el poder comienza a causar estragos
- Se toman decisiones como si no hubiera a quién más responder: el puesto de CEO, aunque se considera el más alto en la jerarquía de una empresa, no es omnipotente ni exento de responsabilidades; debe responder al consejo de administración, una junta directiva, inversionistas y clientes.
- Se pierde el contacto con todos los niveles de la organización: ciertas prioridades pueden desviar la atención del aspecto humano de la compañía y su negocio, lo que lleva a que se olvide que, en muchas de las ocasiones, los logros más importantes se alcanzan gracias al trabajo colectivo. Olvidarse del talento humano y, lo peor, no procurar una convivencia con el mismo, también le desdibuja la humanidad a sus líderes.
- Se diluye el interés en lo cotidiano: es cierto que el puesto de CEO no debe ocuparse de las operaciones de rutina, pero eso no le da permiso para desentenderse de ellas; al final de cuentas, que todo avance de manera fluida, desde las tareas más básicas, debería ser parte de las preocupaciones de la dirección.
- Se cruzan líneas éticas que antes no se consideraban viables: sentirse con poder se parece mucho a sentirse irreprochable y, por lo tanto, con permiso para saltarse reglas o procedimientos que ayudan a regular una industria. Esto no quiere decir que no existan riesgos, pues la dirección se convierte también en la cara de la empresa y, si su CEO comete actos ilícitos, aun a espaldas de su consejo de administración, toda la organización que representa es su cómplice.
¿Cuál es el antídoto? Además de un reglamento que garantice límites y responsabilidades a los puestos más altos de la jerarquía empresarial, conviene que la dirección ejercite las habilidades que refuercen su lado más humano.
Dejarse llevar por el poder pone en riesgo la carrera profesional, la salud de la empresa y hasta la influencia en los equipos de trabajo.
¿Qué hacer para evitar que el poder saque a relucir lo peor de una persona?
- Cultivar la humildad: aunque la vida misma se encarga siempre de poner a todos en su lugar, es mejor adelantarse a esas lecciones forzosas de humildad y convertirla en parte del día a día. Reconocer que no se tienen todas las respuestas; que el éxito no llega de la nada, sino del esfuerzo de muchas personas que empujan hacia un mismo objetivo, que siempre es posible aprender algo nuevo, entre otras, son algunas de las acciones que permiten mantener los pies en la tierra.
- Ejercer la empatía: ponerse en el lugar de otras personas también ayuda a comprender cómo la contribución de un elemento, equipo o área impacta al resto de la organización. Y si cada una de las partes tiene todo lo que necesita para dar su mejor resultado, las estrategias diseñadas desde la dirección tendrán contribuciones más valiosas de todo el personal.
- Recordar que nada es para siempre: quizá este último punto suene algo ominoso (no es mi intención); más bien, es un memento mori para tener presente que un día se puede estar en la cima y al siguiente en el olvido, y que así como hoy la dirección tiene un nombre en la puerta, la semana pasada tuvo otro y mañana será uno distinto. Esta certeza de lo efímero (que puede ser un título, puesto o cualquier cosa en este mundo), en realidad, debe ayudar a apreciar más para aprovechar cualquier oportunidad que se presente y dejar un impacto que perdure e inspire a quienes vendrán después.
Conclusiones
El poder no tiene que ser algo negativo si se toma como lo que realmente es: una gran posibilidad para impulsar a todas las personas que son parte de los engranajes de la empresa, dentro y fuera.
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